El magistrado Jesús Fernández Entralgo, gallego nacido en Oviedo en 1945, fue durante cinco años presidente de la Audiencia Provincial de Huelva, de 2007 a 2012. Guarda muy buenos recuerdos de una provincia por la que luchó, sin demasiado éxito muy a su pesar, para la mejora de sus órganos judiciales y a la que ahora ha vuelto, una vez jubilado tras 44 años en la carrera judicial

¿Cómo se ven ahora los toros desde la barrera?
Sospecho que ahora los toros se ven igual que antes. Uno de los problemas que podemos tener algunos jueces es la objetividad de la perspectiva. Cuando ejercía la función jurisdiccional, la ejercía como juez, pero procuraba ver también los toros desde el otro lado de la barrera. Por ejemplo: muchas veces cuando uno se encuentra con un abogado recién salido del cascarón, que tiene miedo y recelos, en lugar de irritarse, hay que ayudarlo. No ponerse de su parte, sino conseguir que se relaje. Cuando tenemos la tentación de enfadarnos o reírnos del novato, deberíamos acordarnos de cuando nosotros éramos novatos. Eso es una lección de humildad continuada.

Estuvo cinco años al frente de la Audiencia de Huelva, y pidió que no fuera renovado.
Fue por circunstancias muy concretas que nada tienen que ver con Huelva y con sus gentes. Di lo que di de mí, y cuando comprendí que había topado con el límite de mis posibilidades, regresé a Madrid y allí he estado cinco años para comprobar algo que decía Cavafis: “Caminante, el pueblo que tú buscas no está ni aquí ni allá, lo has dejado atrás, es el pueblo de donde vienes”. Yo llegué a esa conclusión y aquí estoy de nuevo en Huelva.

¿Quedó satisfecho o pesaron más los sinsabores en su etapa al frente de la Audiencia?
Es difícil para un juez quedar satisfecho, porque al final el sentimiento de justicia puede tropezar con la realidad de todos los días. Y la realidad es dura y no siempre está del lado de la justicia. Hace muchos años leí unos versitos del ‘Martín Fierro’, que se me quedaron grabados: “La ley es tela de araña / y en mi ignorancia lo explico, / nunca la tema el que es rico, / no la tema el que mande, / pues la rompe el bicho grande / y sólo enreda a los chicos”. Tengo que decir con un poco de pena que mi experiencia me ha conducido a comprobar cuánta verdad se contiene en esos versos.

En su despedida dijo que Huelva era la gran olvidada. ¿Cree que lo sigue siendo?
Sigo convencido de ello. Huelva es una ciudad con gente buena, que trabaja, paga sus impuestos, obedece y calla. Y, a veces, es importante recordar algo que no me invento, sino que está en el Evangelio. Jesucrito dice: “El Reino de los Cielo es difícil de conseguir y hay que hacer violencia para conquistarlo”. Es algo que también dijo entonces: la democracia, la libertad y la justicia no se mendigan, se conquistan. La indolencia no nos lleva a nada.

¿Cree que Huelva verá algún día la Ciudad de la Justicia, que fue una de sus grandes luchas?
No lo sé. Dicen que los gallegos tenemos una bola de adivinar el futuro, pero yo no la tengo. Cuando tomé posesión ya afirmé que yo me conformaría con que cuando me jubilase estuviera puesta la primera piedra. Pero ni eso. Ni siquiera la primera piedra, pero la esperanza es lo último que se pierde, nunca hay que cerrar el paso a la esperanza y a la posibilidad de que las cosas se consigan. Si no, tenemos la batalla perdida de antemano.

Salen a la calle los jueces y fiscales. ¿Es posible en España un sistema judicial independiente, fuerte, eficaz y ágil?
Yo pertenecí en tiempos a un movimiento que unía a jueces, fiscales y secretarios judiciales que se llamaba Justicia Democrática. En el conjunto de su ideario estaba la independencia del Poder Judicial, pero no una independencia despótica y sin límites. El juez debe ser independiente, sobre todo, del poder, para poder defender al verdadero titular del Poder Judicial, que no somos los jueces, es el pueblo. Lo dice la Constitución. Y por ese motivo también todo lo que hagamos los jueces debe ser razonado, explicado y motivado, porque el administrador tiene que dar cuenta de lo que hace a quien es el titular de los bienes que administra. Si el juez administra justicia, debe dar cuenta al pueblo, que es el dueño de la justicia, de qué hace y cómo lo hace. Por eso es tan importante la motivación de las resoluciones judiciales. El juez no puede hacer lo que quiere, ni siquiera lo que cree que debería hacer según sus convicciones. El juez está atado a la ley, porque la ley es la expresión de la voluntad del pueblo. No se puede inventar su voluntad para sobreponerla a la del pueblo, por mucho que le guste, y por mucho que le parezca que él tiene la razón. El titular del Poder Judicial es el pueblo, y hay que pensar que el pueblo también sabe lo que quiere.

¿Estamos lejos de alcanzar esa independencia?
Hubo un momento en el que se tuvo casi al alcance de la mano, pero ocurrieron algunas cosas que, como en el verso machadiano, recordar no quiero, y se produjo un descenso importante del protagonismo de la justicia real y de la independencia del Poder Judicial. Y ahora que ya no me coarta la necesidad de guardar cortesía institucional sí puedo decirlo abiertamente. Hace ya muchos años se organizó un sistema en el que se dio preferencia sobre el Poder Judicial a los partidos políticos, que merecen todo el respeto del mundo, pero que no siempre coinciden con el modelo ideal de la sociedad. En aquel momento estaba muy cercano el franquismo, y una parte de la judicatura todavía estaba prisionera de los esquemas metales, sociológicos y políticos del franquismo. Creo que se trató de que a través de los partidos políticos, los jueces se sintieran controlados por el pueblo, y de esa manera trataran de cambiar su actitud para hacerla conforme a las exigencias de la Constitución.

¿Cree que un primer paso para alcanzar esa deseada independencia sería tener una independencia presupuestaria?
Por supuesto. En tiempos, se demandaba que el Poder Judicial tuviera un presupuesto propio, no dado como si fuera una limosna. Evidentemente, dando cuenta a la Administración. Hay una cosa clara: recortar los medios es recortar las alas e impedir que se vuele.

¿De quién es la culpa de la desafección social evidente que hay hacia la Justicia?
Hace muchos años que me he olvidado de hablar de culpas. Parece un contrasentido, ¿verdad? Pero la experiencia me conduce a pensar que tal vez todos tengamos un poco de culpa. Una veces la tienen quienes están interesados que la Justicia no sea fuerte. Si yo fuera un delincuente no querría una Justicia fuerte. Eso es evidente. Pero si adoptamos  una actitud pasiva, de dejar correr, de qué más me da, de que esto no tiene arreglo, no lo tendrá. Si creemos que tiene arreglo, podrá tenerlo o no. Pero si creemos que no lo tiene, no lo tendrá nunca. 

¿Al poder político le interesa un sistema judicial fuerte?
Todavía me queda un resto de cortesía institucional para no contestar a esa pregunta. Aunque quizá la no contestación es la contestación más clara. Aunque no es el poder político. Estamos acostumbrados a hablar de la política como si la política fuera una nube ajena a todo lo demás. Yo muchas veces estoy tentado de pensar que la política es la continuación de la economía por otros medios. Y si al final hurgamos en los problemas sociales, siempre acabamos encontrando problemas de poder, y de poder económico. Quien tiene el dinero tiene el poder. Y quien tiene el poder, termina teniendo el dinero.

¿Por qué cree que en España se ha modernizado casi todo menos la Justicia? La Hacienda, la Sanidad…
Cuidado. La Hacienda funciona bien para ir a donde se quiere que vaya. En mis tiempos mozos se decía que el impuesto directo era el mejor, porque quien más tenía más pagaba. Hoy hemos sustituido el impuesto directo por el indirecto, y cuando compramos algo no nos damos cuenta de que estamos pagando siempre un impuesto, el IVA, que no hace distinciones entre los ricos y los pobres, pero no lo sentimos como carga fiscal. Por eso digo que siempre termina saliendo a relucir un problema económico.

El caso es que se ha modernizado, y la Justicia parece que sigue, en muchos aspectos, anclada en el siglo XIX.
El edificio está anclado en el XIX, y lo habita gente quizá con buena intención y pocos recursos.

44 años de juez. ¿En qué hemos mejorado?
Hemos mejorado en muchas cosas. Cuando yo escucho que para llegar a donde hemos llegado a lo mejor hubiera valido la pena seguir en el franquismo, creo que lo dice o bien a quien le ha ido muy bien con el franquismo o bien quien no ha conocido lo que era el franquismo. Dentro del sistema judicial ha habido avances y ha habido algunos retrocesos, pero seguramente están relacionados con la persistencia de algo que hace cien años decía Joaquín Costa, que el verdadero sistema de la sociedad española era la oligarquía y el caciquismo. Yo me pregunto si las cosas no siguen siendo así. Mientras las cosa no cambien en ese sentido, la justicia tendrá dificultades para cambiar.

¿Cuáles cree que son los principales retos del sistema judicial?
Consolidarse, ganar fuerza y no ceder jamás ni un centímetro de lo que se haya conseguido. Y, también, que los jueces piensen siempre que ellos son prisioneros de la ley en la medida que la ley sea voluntad de la expresión del pueblo. Y, si no es así, luchar para se den las circunstancias para que la ley sea la expresión de la voluntad del pueblo.

¿Cuál es el papel que deben jugar los abogados?
Me parece un papel importantísimo. Hay que empezar a proporcionar a los ciudadanos más desfavorecidos unas posibilidades reales y eficaces de defensa en juicio. El acceso a la justicia es un problema a serio, porque una vez más el que tiene dinero se puede ver asistido de equipos importantes de abogados, a veces con más medios que la administración de justicia. Actualmente, se está ya llegando a un sistema muy similar al angloamericano, con grandes despachos, para que, de esa manera, pueda haber colectivos que hagan el trabajo más eficazmente a menor costo interno. Hay una figura que existe en nuestros denostados sistemas hispanoamericanos, y de la que nunca se habla, que es el defensor popular, que sería el equivalente al Ministerio Fiscal. Con un sentimiento grande de igualdad procesal, para que el abogado no le tenga un temor reverencial al fiscal porque piense que el juez está más cerca del fiscal que de él. El juez no debe estar cerca de nadie, sólo de la ley. El acusado debe tener igualdad en el derecho de defensa, real y efectivo. No sé qué se piensa sobre todo eso en el ámbito de los Colegios de Abogados.

¿Cómo ha sido su relación con los abogados?
Mi relación con los abogados hay sido muy buena, nunca he tenido la más mínima queja. El juez debe ser consciente de que no es más ni mejor que nadie de los que están en sala y guardar el respeto debido al abogado de la misma manera que se espera que el abogado se lo guarde a él. Ya sé que los jueces tienen mucho trabajo y que les falta tiempo, pero no pueden decirle a un abogado que apure y vaya deprisa por esa razón. La respuesta del abogado en ese caso debería ser: “Quéjese de su sobrecarga de trabajo a quien corresponda, pero no se duela conmigo”.

¿Qué parece que la instrucción pueda pasar a manos de los fiscales?
Llevamos todos mucho tiempo pensando sobre esta cuestión. Lo lógico es que la instrucción la dirijan los fiscales, porque la instrucción no es más que la acumulación de datos y de información para luego pensar si vale la pena abrir el juicio oral o no. Es una competencia impropia de los jueces, por dos razones. Si los jueces nos acostumbramos a instruir, es decir, a investigar, se nos forma en la cabeza una especie de costumbre psicológica de agresividad e incisividad, y en el juicio también queremos llevar la voz cantante. Y no es así. En el juicio, los jueces escuchamos, que por algo se llama audiencia. El juicio es para oír, no para que el juez se luzca. Cuanto menos se nos note a los jueces, mejor. Segunda dimensión del problema: que lleve la instrucción el fiscal, pero ¿qué fiscal? Habría que procurar una organización del Ministerio Fiscal con una clara independencia de cualquier otro poder.

¿De qué está más orgulloso de su larga carrera de juez?
Yo no estoy orgulloso de nada. El orgullo es un mal consejero. Aprendí mucho ejerciendo como juez, me ayudó a ver la sociedad desde un punto de vista que al principio desconocía, y, si acaso, el tener que acostumbrarse a trabajar bien, razonadamente y honradamente. De las cosas que uno se siente orgulloso es mejor que las digan otros. Nadie es buen juez de una propia causa.

¿Y cuál es la espina que se le ha quedado clavada?
No es una espina, es una corona de espinas. Pero como ya pasaron, siguen en la memoria y lo mejor que creo que puedo hacer es charlar con los que han recogido el testigo a ver si ellos son capaces de arrancar esas espinas. No hay juez que no tenga una corona de espinas. Sin ponernos ni negativos ni tristes, al contrario. Todos cubrimos una etapa, a lo largo de nuestra vida nos pasamos el tiempo sembrando. ¿Quién va a recoger la cosecha o a ver el árbol crecido? No importa. Lo importante es que todos sigamos sembrando y trabajando. Eso es lo fundamental.