David Hernández de la Rosa (Huelva, 1979) tiene muy claro qué hacer cuando sus obligaciones profesionales y familiares le dejan un hueco: irse a buscar la paz que le ofrece el encuentro en soledad con el silencio del mar abierto. Desde muy pequeño, con apenas dos años, se dejó enganchar por un veneno, el de la pesca, para el que no hay antídoto posible. De la mano de su padre, de su abuelo y de su tío comenzó a meterse en un mundo que es hoy su vida más allá del despacho y los juzgados.

Hernández, onubense del barrio de Isla Chica, ejerce profesionalmente como abogado desde el año 2002, con bufete hoy en la Plaza Niña, en el trabajan cuatro letrados especializados en asuntos mercantiles, civiles y de familia. Si el Derecho llegó a su vida como una forma de ganarse la vida que le produce “numerosas satisfacciones”, la pesca lo hizo como una afición que hoy se ha convertido en pasión. “Esto engancha muchísimo, sobre todo por la paz y la tranquilidad que se encuentra en alta mar”, confiesa.

Como el trabajo y la reciente paternidad apenas le dejan tiempo libre, David Hernández siempre suele salir a pescar a tiro hecho. La fama que le han dado las redes sociales invitan a pensar que se aventura con su barco a diario, pero nada más lejos de la realidad. “Ojalá pudiera hacerlo, pero es imposible”, se lamenta. Afortunadamente, los años de experiencia y el conocimiento de las mareas, los lugares más propicios, los vientos y las corrientes, le permiten elegir con mucha precisión el día de pesca, que siempre suele ser provechoso.

Su mayor hazaña ha sido pescar una corvina de 43 kilos de peso, una lucha casi titánica en la que estuvo enfrascado más de una hora para sacarla del mar. “La pelea que se entabla con la captura es preciosa”, reconoce. Hernández confiesa que le gusta ir solo. “Meterme mar adentro 15 millas, sin cobertura móvil, apagar los motores, tirar las cañas, esperar y ver el atardecer”, explica. No hay nada mejor “para cargar las pilas y regresar al trabajo siendo literalmente otra persona”. Con todo, en muchas ocasiones le acompaña Rafael García Oliveira, procurador con el que comparte también asuntos profesionales. “En el barco está prohibido hablar de trabajo”, advierte.

La pesca como el arte supremo del engaño y el Derecho como la profesión en la que las dos partes siempre tratan de decantar a su favor el fiel de la balanza. En estos dos mundos, “que tienen más en común de lo que parece”, se mueve como pez en el agua David Hernández, quien asegura que, en ambos escenarios, “los procedimientos se van ganando con pequeñas pruebas”. Y en los dos encuentra la satisfacción “que sólo puede darte el trabajo bien hecho”.