José María Soto (Bollullos Par del Condado, 1964) es, como a él mismo le gusta definirse, un abogado rural. En su pueblo lleva ejerciendo desde 1989, justo al lado de la torre de la iglesia, atendiendo temas civiles, penales y de familia como un médico de cabecera que tiene que saber un poco de todo. “La de pueblo es una Abogacía más cálida y entrañable”, explica con la alegría de desempeñar un oficio que le proporciona muchas satisfacciones y que, sobre todo, le permite disfrutar de tiempo libre. “Los clientes te paran por la calle, te abordan en cualquier sitio, pero al final tienes más espacio para tu ocio que en la ciudad”, reconoce.
Ese tiempo de ocio lo ha dedicado José María Soto a sus grandes pasiones, siempre relacionadas con el viento. “De pequeño, me quedaba maravillado viendo volar a los pájaros y me dije que quería ser piloto”, recuerda. La obvia realidad de un pueblo y de una familia normal lo llevó al Derecho, pero comenzó muy pronto a juguetear con el viento en su querida playa de Mazagón. Primero con frisbees, luego con bumeranes (hoy tiene una colección de 40), más tarde con el windsurf y posteriormente con el kitesurf.
Hasta que se topó con el aeromodelismo. Aquello le cambió la vida, porque le permititó descubrir, en una exhibición en Alcalá de Guadaira, a unos tipos que volaban en grandes cacharros que eran como alas delta con motor: los ultraligeros. “En seguida tuve claro que yo quería hacer lo mismo”, recuerda. Así que se sacó el carné de vuelo con su maestro, el alemán Siegmund Richter, por entonces instructor en el Club AeroHíspalis.
Desde entonces hasta ahora han pasado más de 20 años disfrutando de una pasión que le proporciona infinidad de beneficios. “En el aire tengo una gran sensación de libertad y puedo, además, reflexionar sobre lo que somos”, dice entusiasmado. Los problemas son menos problemas cuando se está a 200 metros de altura “y ves a tu pueblo, donde todo ocurre, como un pequeño hormiguero”.
Su momento preferido para volar es al atardecer. Tanto le gusta esa hora que le apodan ‘El Murciélago’. “Sin duda, es la mejor del día, maravillosa, porque la atmósfera suele estar más tranquila, vas viendo cómo se hace de noche y puedes incluso hasta levantar el sol a voluntad propia en un par de ocasiones”, explica.
Tras tantos años, dos vueltas a Andalucía y dos subidas completas del Guadalquivir, hoy José Soto busca sólo la tranquilidad y el puro placer de volar. Lo hace, sobre todo, en su querido paisaje de dunas y playas entre Mazagón y Matalascañas y en la campiña onubense: Almonte, Villarrasa, Bollullos, La Palma, el río Tinto. “Son mis paisajes preferidos”, confiesa. Cuando los sobrevuela, tiene prohibido pensar en pleitos. Si le asalta alguno, mueve rápidamente su ultraligero para perseguir un pájaro. “Ellos sí que son libres”.