“La Justicia de Paz es la más cercana al ciudadano y la más olvidada por los Gobiernos”
José Morales Lozano (Hinojos, 1945) es juez de paz de su pueblo desde hace doce años. Una labor que lleva con orgullo y, ahora, con cierta decepción tras la reforma del Código Penal, que ha dejado a esa figura sin poder juzgar, ya que las faltas pasaron a considerarse delitos leves. Además, es la voz de los 73 jueces de paz de Huelva como vocal de la provincia en la Asociación Democrática de Juzgados de Paz. En sus oficinas se resuelven actos conciliación, exhortos civiles y penales, expedientes gubernativos, así como inscripciones en el Registro Civil. El Juzgado de Paz es el órgano judicial con mayor implantación en el Estado, pues en todas aquellas poblaciones en que no hay Juzgado de Primera Instancia e Instrucción, hay uno de Paz.
¿Qué funciones realiza en la actualidad un juez de paz?
Antes se decía que el juez de paz era el hombre bueno del pueblo. Yo no puedo opinar sobre mí, pero creo que es verdad. Nuestra misión principal es asistir a las personas y darles un servicio. El juzgado se convierte en confesionario, porque aquí acude muchísima gente con muchos problemas, y lo que se trata es de solventarles todas las dudas que tienen y, si es posible, el problema en sí. Actualmente, nada más que los actos de conciliación.
¿La reforma del Código Penal ha hecho mucho daño a los jueces de paz?
Muchísimo. Con la reforma del Código Penal, el juez de paz ha quedado muy limitado para temas del juzgado, únicamente hacemos actos de conciliación con cuantías menores de 6.000 euros. También llevamos el Registro Civil. Los juicios de faltas, al quedar derogado el Libro III del Código Penal, ya no podemos hacerlos. Sí hacemos exhortos civiles y penales, aquí se reciben muchísimos, más de 400 al año. Fue una pena lo de los juicios de faltas porque, bajo mi punto de vista, el juez está para juzgar, sentenciar y hacer que se cumpla la sentencia. Y si ya no podemos juzgar, y quedamos únicamente para actos de conciliación, pues nos vemos muy limitados.
El Juzgado de Paz es el primer encuentro del ciudadano con la Justicia.
Exactamente, y por eso no se entiende que nos hayan quitado las competencias en juicios de faltas, que ahora se han convertido en delitos leves y no se pueden llevar en los Juzgados de Paz. Aquí en Hinojos celebrábamos al año unos 40 juicios de faltas, y eso que estamos en un pueblo pequeño. Imagínese en Almonte. Al pasar a los Juzgados de Instrucción, el cúmulo de trabajo que se les da es una barbaridad. Les quitábamos mucho trabajo a los juzgados. Porque también hay que contar todos los juicios que evitamos los jueces de paz, que siempre intentamos arreglar las cosas antes de que los ciudadanos lleguen a la Justicia ordinaria. Ahora somos mediadores más que jueces, porque ya no dictamos sentencias. Tengo que confesar que para mí era un fastidio dictar sentencias, porque en los pueblos pequeños se nota mucho.
¿Se sienten muy olvidados los jueces de paz dentro del sistema judicial español?
Sí, totalmente. Desde que el ministro Gallardón quiso privatizar los Registros Civiles y abolir los Juzgados de Paz hay un malestar grande.
¿Cuáles son las principales carencias que tiene en la actualidad la Justicia de Paz?
En el aspecto material, estamos bien atendidos. En el aspecto de competencias, estamos abandonados, porque nos han quitado los juicios de faltas al derogarse el Libro III al completo. Nos han dejado sin juzgar, y un juez que no juzga, no es un juez. Desde julio de 2015 no celebramos juicios. Somos el único país de Europa en el que va a desaparecer el juez de paz como tal juez. Y es una pena. Abolir la Justicia de Paz va a traer más problemas que beneficios. Si ya hay un cúmulo de trabajo muy grande en los Juzgados de Instrucción, pues ahora será mayor. Hacemos actos de conciliación y llevamos el Registro Civil, que da muchísimo trabajo: en lo que llevamos de año llevamos hecho más de 120 certificaciones. Es el que se lleva la palma en el trabajo en los pueblos pequeños. No sólamente son inscripciones y certificaciones, también hay expedientes de matrimonio, de rectificación de error, de capitulaciones matrimoniales, las fe de vida… Hay que estar siempre encima de él y no olvidarse nunca de nada, requiere mucha atención. Al final de año, pasamos las estadísticas al Instituto Nacional de Estadística. El movimiento de población también lo hacemos nosotros: matrimonios, nacimientos, defunciones…
¿La Justicia de Paz es la más cercana al ciudadano?
Yo creo que sí. A quien acude primero el ciudadano es al Juzgado de Paz, y le asesoramos en muchas cuestiones, por ejemplo, en todo lo referente a la Justicia Gratuita, le rellenamos la documentación, etc. Y estamos prácticamente para todo, nos hemos convertido en curas, consejeros, amigos… Vienen a vernos para pedir consejo cuando los citan de algún juzgado, ayudamos en todo. Ayudar al ciudadano es la misión provincial del juez de paz.
Y evitan muchos juicios.
Muchísimos. Y también tratamos de evitar los mismos actos de conciliación hablando directamente con las partes implicadas. La mayoría son por cuestiones económicas. Antes nos traían locos las lindes del campo, pero ahora hay menos problemas por esas cuestiones.
Dice la ley que un juez de paz tiene que ser lego en la materia. ¿En la Justicia de Paz siempre ha imperado la ley del sentido común?
Exactamente. El sentido común es lo primordial en este tipo de justicia. En ocasiones, tenemos que recurrir a lo que esté estipulado por ley. Y muchas veces hay conflictos entre el sentido común y lo que marca la ley. Pero lo que está escrito es lo que está escrito y hay que atenerse a ello. Pero siempre tratamos de aplicar el sentido común antes de llegar a juicio y con él he conseguido evitar muchísimos pleitos: hablando y tomando un café.
La Justicia de Paz siempre ha tenido fama de ser muy efectiva. El 99% de las sentencias no se recurrían.
Se recurrían muy pocas. A mí en doce años me han presentado sólo dos recursos, y he celebrado unos 360 juicios.
¿A qué cree que se debe ese hecho?
Había muchos pleitos que, por nuestro papel mediador, las partes llegaban a un acuerdo antes de que se dictara sentencia. Se trataba de hablar, de escuchar y de mediar, y así casi siempre todo el mundo quedaba más o menos conforme, y era muy raro el caso que se recurría.
Además, el 98% de los casos ingresados se resolvían. También una inmensa mayoría.
Así es. Por eso digo que ha sido una pena que nos hayan dejado sin esas competencias. Ahora, por lo menos en este pueblo, tienen que ir a los juzgados de La Palma para muchas cosas para las que antes no hacía falta que fueran. Ya eso es un problema en sí, porque hay personas que no tienen cómo desplazarse.
¿Esa decisión puede ser reversible? ¿Están luchando los jueces de paz para recuperar las competencias?
Celebramos nuestra última asamblea en octubre en Marinaleda, y todo el orden del día que teníamos preparado se echó abajo y debatimos sobre la intención que hay de, además, quitarnos los Registros Civiles a partir de junio. Es una pena que esto desaparezca de los pueblos, porque la historia de los municipios está en sus Juzgados de Paz desde 1870.
¿Qué le lleva a ser juez de paz?
He sido militar de Marina, y antes de ingresar en la Armada llevé el Archivo Parroquial de la Iglesia de la Concepción, y recuerdo un convenio que el Estado quería hacer con la Iglesia para pasar sus archivos al Registro Civil. Entonces no había los medios que hay hoy y aquello no fraguó por su laboriosidad. Yo era militar, como digo, estuve en la Marina 43 años, me retiré de Alférez de Navío. Me he recorrido más de medio mundo. Cuando pasé a la reserva, regresé a mi pueblo, que por algún motivo estaba sin juez de paz, y los ciudadanos tenían que desplazarse a Almonte. Me lo propusieron y me presenté. A los jueces de paz los elige el Pleno del Ayuntamiento. Nos postulamos varios candidatos, hubo disparidad de criterios, y fue finalmente el TSJA en Granada el que tuvo que tomar la decisión y me nombraron a mí. Algún conocimiento tenía, porque estuve en la asesoría jurídica de la Comandancia de Marina en Sevilla mucho tiempo, llevando las actas de infracciones de pesca. Es probable que esa experiencia pesara en mi elección.
¿Cómo ha sido la experiencia durante estos doce años?
Muy positiva. He hecho muchos amigos a través del Juzgado de Paz. Siempre he procurado atender a todo el mundo, y hacerlo de la mejor manera posible.
¿Cuáles son las cualidades que tiene que tener una persona para ser un buen juez de paz?
Sentido común, sensatez y, sobre todo, saber dejar hablar a la gente. Que puedan hablar mucho y que se desahoguen. Todo eso te ayuda a sacar tus propias conclusiones. Estamos para ayudar al ciudadano y es fundamental saber escucharles.
Se pasarán también momentos complicados
Sí, claro. Pero los menos. Sobre todo cuando tenías que dictar sentencia condenatoria. Porque una cosa he aprendido: condenar fastidia, sobre todo en un pueblo pequeño. Uno de las dos únicas sentencias que me han recurrido fue una condena a tres personas. A dos les dieron la razón, y al tercero, no. Un asunto muy fastidioso y queme dolió bastante.