Artículo de Fernando Vergel Araujo, letrado y vicedecano del ICAHuelva.

Tenía nombre de ángel, y lo era y lo será, y puede que por ello haya querido ascender a las estrellas con cierta y apresurada anticipación. Ya se ha escrito y comentado, con generalizada unanimidad, su empatía, su arrolladora simpatía, su sonrisa siempre esplendorosa, su innata amabilidad, su fortaleza en tan prolongados y difíciles momentos que tuvo que soportar y otras virtudes y comportamientos, que todos los que tuvimos el privilegio de conocerla y tratarla, hemos comentado con apasionada fruición y no menos indisimulado orgullo por haber disfrutado de su compañía, aunque, como en el caso del que suscribe, perteneciésemos a distintas generaciones.

Por ello, este sencillo pero sincero homenaje es preferible, y necesario, circunscribirlo al desarrollo de su ejercicio profesional, que pude comprobar y compartir con ocasión de una intervención conjunta ante la Sala de la Audiencia Provincial de Huelva, con motivo de un asunto de gran impacto emocional y complejidad jurídica, como fue el enjuiciamiento de las responsabilidades penales y civiles derivadas del fallecimiento por electrocución de un pequeño de seis años en una urbanización.

Aunque el asunto correspondió competencialmente a un Juzgado de lo Penal, la vista oral hubo de celebrarse en la Sala principal de la Audiencia, debido al gran número de letrados que intervinieron en defensa de los numerosos acusados, algunos de reconocido prestigio más allá de los límites provinciales, además del representante del Ministerio Fiscal y de la acusación particular.

A pesar de la más que comprensible presión que tal parafernalia pudiera incidir en el comportamiento profesional de cualquiera de los letrados intervinientes, resultó gratamente sorprendente el empaque, las acertadas intervenciones, el más que evidente conocimiento y estudio de las actuaciones y diligencias practicadas, así como las ponderadas consideraciones, los concisos, directos y precisos comentarios vertidos durante la prolongada vista oral, y además, aderezado todo ello con un acertado tono de humildad y comedimiento, sin descender a la extendida tendencia al empleo de expresiones grandilocuentes y exagerada gestualidad.

Gracias por la impagable lección de práctica forense que impartiste aquél día, puede que sin siquiera proponértelo. Adiós, Ángela, un beso de todos los compañeros que disfrutamos y aprendimos de tu buen hacer profesional. No te olvidaremos.