Anécdotas judiciales

Rafael Fernández Román
Letrado

Aquella que al entrar en la sala de vistas y ver a todo el mundo de negro, hizo el ademán de arrodillarse y se presignó. La jueza y la secretaria tuvieron que taparse la cara con folios para que no las vieran descojonarse de risa.

Aquella que solicitó abogado de oficio para divorciarse y, cuando el letrado le pidió la partida de matrimonio, llevaba doce años divorciada, sin saberlo. ¿De quién era la culpa?

Aquella madrina que el día de la boda, saliendo de su casa agarrada del brazo del novio –su nieto–, vio a su abogado –yo– que pasaba por la calle, soltó al novio, y le dijo al abogado: “Perdona Rafael, te voy a hacer un pregunta profesional…”; le dije: “Vamos a dejarlo para otro momento, que hoy se casa tu nieto…”; me dice: “No, si solo es un momento. Mira, quiero cambiar la contribución de mi casa y…”.

La secretaria de un Juzgado de Paz, también funcionaria del Ayuntamiento, que me selló una reclamación previa de una cliente por una caída en el cementerio. Reclamé 69 euros por cada uno de los días impeditivos (según el baremo de tráfico de ese año) y su respuesta fue: “Anda, 69 euros por día, con la que está cayendo, a ver si encuentras a alguien en el campo que cobre ese dinero”. ¡Qué nivel!

Aquel que ya estaba separado y quería divorciarse. Leí el convenio regulador de la separación, los hijos ya tenían 24 y 21 años, y le pregunté si seguía pagando la pensión de alimentos (por si aquellos estudiaban y no tenían ingresos). Me dijo: “Yo, pagar la pensión, hace ya tiempo que no, ellos ya trabajan; al revés, el otro día le pedí al mayor 200.000 ptas. prestadas que me hacían falta y todavía no se las he devuelto”. Un padre que sabe recuperar lo invertido.

Aquel gitano al que asistí estando de guardia, que estaba imputado por un delito de lesiones por una pelea con sus cuñados. Cuando terminamos la declaración, me dice: “Oiga, ¿sabe usted cuándo repicará el juicio?”. Supongo que lo diría por las “batas negras” que nos ponemos en los juicios, como me dijo una cliente un día.

Aquella cliente a la que llamé en enero del 2012 para decirle cuándo habían señalado su juicio y cuando empecé a decirle que lo habían fijado para el 19 de diciembre me dijo: “¡Coño, cuánto tarda esto!, ¿no?” Le dije: “Perdona, que no he terminado, para el 19 de diciembre de 2013, a las 10.00 horas”. ¡No se lo creía!

El testigo que al terminar un juicio se acerca y me dice: “¡Oiga, su compañero y usted venderían coches como churros!”

El cliente que estaba esperando que el abogado de su mujer presentara en el juzgado un escrito pidiendo el levantamiento del embargo de los bienes del marido y me viene a ver al despacho y me dice aquel con gran alegría: “¡Rafael, ya ha llegado el desembargo!” “¿De Normandía?”, le dije yo. Nos empezamos a reír los dos y, cuando paramos, me dice: “¿Normandía qué es?”

Aquella señora que vino con el hermano y le leí la demanda de divorcio que le había puesto la esposa a su hermano: “El marido, desde siempre con su mujer, vago, amenazante, insultante, despreciativo…”. Y la hermana decía: “Oi, oi, oi…” Yo le leo lo que vamos a contestar: “El esposo es una de las personas más trabajadoras, educadas, honradas y cultas del pueblo…” Y la hermana: “Oi, oi, oi…” Una señora que escucha y entiende lo que se le lee.

El cliente que en el gimnasio, cuando llevaba yo un rato en la cinta, a primeros de septiembre, con un calor horroroso, no paraba de hablarme de su asunto, y yo contestándole con monosílabos. Primero, para que me dejara en paz. Segundo, porque no podía casi hablar de estar haciendo deporte a fondo. Como veía que casi no le echaba cuenta, como molesto, me dice: “Rafael, ¡vaya cómo estás sudando!” “Tu no, ni haces deporte ni dejas hacerlo a los demás”.

Aquella señora que me dijo que una nieta le comentó que quería venirse a vivir a su casa con el novio y la abuela le dijo: “Cuando te cases, te vienes a vivir con él; si no, para mi eso sería prostitución”. Una mujer que tiene las cosas claras. Pero claras, claras.

El compañero con el que negociaba una conformidad en un delito de lesiones. Él iba por el acusado, iba y venía para hablar con su cliente, por fin le dije que no bajaba de tal dinero por responsabilidad civil para aceptar que su cliente no fuese a prisión. Vino hacia mi y me dice: “Compañero, aceptamos tu propuesta. ¿Pero, puedes hacerme el nudo de la corbata, que no sé?” ¡Qué figura de la profesión!