“Prácticamente, nos enteramos de todo lo que pasa en el juzgado”

La seguridad de los juzgados está a su cargo. Los miembros de la reserva de la Guardia Civil que prestan servicio en ellos son una pieza fundamental en el día a día de la vida judicial de la capital y de la provincia.

Emilio Rodríguez, subteniente de la Guardia Civil de reserva, es actualmente quien sustituye al capitán (la plaza está sin ocupar) que dirige a los efectivos encargados de la seguridad en las sedes judiciales de Huelva y provincia. En la capital son 36 los efectivos destinados entre las cinco sedes judiciales.

Uno de ellos, Rafael Rodríguez, procedente de la policía judicial, donde ha desarrollado su carrera, lleva más de un año en el palacio de justicia. El día a día es un ir y venir de gente desde que abren las puertas (son los primeros en llegar) hasta que las cierran (también son los últimos en irse). Por eso, “prácticamente, nos enteramos de todo lo que pasa en el juzgado”, afirma.

“Aunque, en teoría, nuestra función es la de garantizar la seguridad, atendemos cualquier incidente que tenga lugar en el edificio” y, también, por proximidad, fuera del mismo. En este sentido, Rafael recuerda el atropello mortal, en febrero del año pasado, de un señor mayor en la calle, a la altura del palacio, a quien él mismo atendió en primera instancia.

Afortunadamente, y aunque la Audiencia Provincial es la sede más “incómoda”, la cotidianeidad de los juzgados es más tranquila. Como apunta el subteniente, la mañana comienza con la inspección del edificio, tanto interior como exterior. En los últimos tiempos, tras el establecimiento por parte del Gobierno del nivel de seguridad 4 ante la amenaza terrorista, estos controles son más exhaustivos: “Se mira con más detalle cualquier bulto o paquete sospechoso, las papeleras…”, apunta Emilio, que lleva prestando servicio en los juzgados desde 2010.

La información e, incluso, el asesoramiento de quienes pasan por el juzgado son otras de las cuestiones que se les plantean a diario, pese a que no entran en sus cometidos. A esto se le suma la tarea de aplacar los habituales nervios de los intervinientes en los juicios y algún que otro ataque de ansiedad, con llamada a los servicios sanitarios de por medio.

Sin embargo, algunas de las mejores anécdotas han tenido lugar a partir de las 21.00 horas, cuando acaba el día en la sede y echan el cierre hasta la mañana siguiente. Y es que, en alguna que otra ocasión, han tenido que volver para “liberar” a algún juez o funcionario despistado que seguía dentro: “Por las tardes, apuntamos a todo el que entra para llevar el control y saber si no queda nadie antes de poner la alarma y cerrar, pero ha habido ocasiones en las que no salen a almorzar o vuelven antes de las cinco, que es la hora de control, y entonces ya no tenemos constancia de que están dentro”, explica Rafael.

Además de funcionarios, jueces y ciudadanos, los abogados son parte de la “familia” que pasa a diario por los juzgados. Con ellos, la relación es “mayoritariamente, buena”, pero Rafael recuerda que, aunque tienen con ellos la deferencia de no hacerlos pasar por el arco, hay ocasiones en las que ni siquiera reciben los “buenos días”. Esto, junto con la negativa que muestran algunos a que sus acompañantes pasen por el detector y sus objetos por el escáner, han provocado algunos rifirrafes, subsanables con el mínimo de educación que se le presupone a toda persona.

En cualquier caso, como dice Emilio, “nos enorgullece que tanto las autoridades judiciales como los funcionarios nos trasladen su gratitud sobre nuestro trabajo,  por lo que nosotros les correspondemos de la mejor manera que sabemos”.